Hablemos de I+D

Jörg Müller: «Obviar los aspectos de género en la producción de conocimiento tiene consecuencias negativas para la mitad de la población»

Investigador del grupo GenTIC

¿Cuál es tu formación académica?

Me titulé en Sociología, Informática y Antropología Cultural en la Universidad Libre de Berlín. Luego tuve la oportunidad de ir con una beca a la New School for Social Research en Nueva York. Al regresar y terminar mi titulación, me vine a Barcelona. No tengo una carrera académica lineal: aquí comencé trabajando de programador los primeros dos años, hasta que volví a entrar en la universidad para participar en un proyecto europeo sobre educación y TIC. Al mismo tiempo había empezado mi doctorado de Filosofía de la Comunicación en Suiza, en la Escuela Europea de Graduados, en Saas-Fee. Desde 2001 he trabajado en varios proyectos. Cuando entré en la UOC en 2009, tuve una beca Beatriu de Pinós durante dos años. Posteriormente participé en un proyecto europeo financiado por el programa FP7: GenPORT, portal de género y ciencia.

¿Cuál es el ámbito de estudio del grupo Género y TIC?

El tema del género es transversal, asociado a una desigualdad estructural, no solo en el ámbito de las TIC. En el grupo GenTIC analizamos detenidamente cómo las desigualdades de género siguen estando vigentes con el aumento de la tecnología, omnipresente en todo lo que hacemos.

¿La brecha de género en la tecnología es similar en los países del entorno?

La desigualdad de género en Europa es transversal, observable incluso en casi todos los países del mundo. Hay muy pocas mujeres en el ámbito de las TIC, al mismo tiempo que hay pocos hombres en sectores profesionales relacionados con los cuidados. Es una realidad transversal y universal.

¿Cuáles son las causas principales de la brecha de género científica?

Cuando una desigualdad es tan evidente pensamos que las razones son igual de simples. Es un fenómeno muy complejo, como otras cuestiones de la sociedad. Tiene que ver con los estereotipos, como, por ejemplo, relacionar las mujeres con los ámbitos de los cuidados, como educación o salud, o a los hombres con la tecnología. Estos estereotipos operan continuamente en el día a día y mantienen vigente la brecha existente. Pero también hay razones que parten desde la infancia. Si entras en una tienda de juguetes, hay claramente una diferencia establecida entre los productos para niños o para niñas, por sus colores o su tipología. Las consecuencias de este binarismo se observan en el ámbito profesional o en las expectativas por las que chicos o chicas cursan carreras que son capaces de hacer.

¿Influye que seas hombre para estudiar el ámbito del género?

El tema del género no significa que sea una cuestión exclusiva de mujeres. Es un error que muchas veces se comete, limitar el género a mujeres; también implica a los hombres, a las masculinidades, a lo que significa ser un chico. Es importante, por ejemplo, en el campo de la salud, en el que vemos que hay hombres que piensan que la masculinidad consiste en ser un «chico duro» —es decir, machismo—, cuando también tienes que saber cuidarte. Un aspecto está relacionado con el otro: en la tecnología hay pocas mujeres y en el ámbito de los cuidados, pocos hombres. Como hombre, claro, hay cuestiones que por biología no me afectan directamente, pero a la hora de pensar o poner el foco en la igualdad y la desigualdad, no me afecta ser hombre. Al igual que hay pocas mujeres en congresos de ingeniería electrónica, encuentro pocos hombres en los de género. Hay cierta conciencia de que si queremos cambiar esta situación, no solo hay que pensar en las mujeres, sino en los hombres también, afrontando juntos esta problemática.

¿En qué consiste el nuevo proyecto europeo de tu grupo?

ACT, Communities of Practice for Accelerating Gender Equality and Institutional Change in Research and Innovation across Europe, es un proyecto del programa Horizonte 2020 que durará tres años y acaba de empezar. Da continuidad al proyecto anterior, GenPORT, portal de género y ciencia. Ahora no se trata tanto de recopilar y difundir recursos, sino de crear comunidades de prácticas, de organizaciones y personas, que trabajan en la implantación de planes de igualdad en el ámbito científico y de investigación. Lo que haremos es trabajar con centros de investigación y organizaciones de financiación de investigación que ya quieren implantar planes de igualdad, y les daremos apoyo en todo lo que hemos aprendido de proyectos anteriores.

¿A quién va dirigido el portal Gender que habéis impulsado?

GenPORT es un portal dirigido a cualquier persona interesada en el género en el ámbito de la ciencia. Podemos encontrar un archivo de proyectos anteriores sobre este tema, ya que la UE ha financiado durante más de una década iniciativas en este campo. A veces no son proyectos fáciles de localizar y nosotros proporcionamos el acceso a esta información. También hay un calendario de eventos relacionados con este tema, un directorio de personas que trabajan en este ámbito, organizaciones, otro tipo de recursos, así como discusiones en línea sobre diferentes aspectos. El detalle más importante es que es un portal abierto a la comunidad, y cualquiera puede inscribirse y participar en las discusiones.

¿Qué recomendarías para entender mejor el ámbito del género y las TIC?

Recomiendo la web Gendered Innovations (genderedinnovations.stanford.edu), una colaboración de la Comisión Europea con la Universidad de Stanford, que proporciona ejemplos sobre cómo la dimensión de género está presente en el conocimiento. Por ejemplo, los crash test dummies. Durante mucho tiempo, cuando se testeaba la seguridad de los coches, no se tenían en cuenta las diferencias fisiológicas de los hombres y las mujeres a la hora de evaluar las consecuencias físicas de los accidentes de tráfico. No tener en cuenta los aspectos de género cuando producimos conocimiento puede tener consecuencias negativas para la mitad de la población. Este portal ofrece ejemplos interesantes en ese sentido.

También recomendaría una película, Hidden Figures, que explica la historia de las mujeres —especialmente de Katherine Johnson— que trabajaron en la NASA en los años sesenta y setenta para realizar cálculos aeroespaciales. Tuvieron bastantes problemas para contribuir al esfuerzo colectivo científico y conseguir que el programa espacial funcionase, porque había fuertes estereotipos sobre lo que podía aportar una mujer, que además era de color. Es una buena muestra de lo que puede suponer la brecha de género en la producción de conocimiento.