UOC R&I talk con un investigador del grupo Care and Preparedness in the Network Society (CareNet)
¿Cuál es tu trayectoria académica y profesional?
Soy psicólogo, especializado en psicología social, aunque en el doctorado, a lo largo de mi trayectoria, he ido adentrándome en un campo interdisciplinario conocido como los estudios sociales de ciencia y tecnología. Aquí, en España, no es tan conocido, pero es una disciplina reconocida en Europa y América del Norte con presencia en departamentos, en programas de doctorados, en espacios de investigación diferenciados. Buena parte de mi trayectoria académica ha sido penetrar en este campo, especialmente en el estudio del activismo tecnocientífico en torno a problemas que involucran ciencia y tecnología en nuestra sociedad, las cuales están cada vez más presentes en multitud de aspectos de nuestra vida social. Es decir, he profundizado en cómo en estos ámbitos se producen controversias y debates públicos que afectan a la gente en la vida cotidiana y en los que la gente, no siempre con conocimientos técnicos y científicos, busca conocimiento e intenta involucrarse. Mi trabajo ha sido sobre todo entender estas formas de participación ciudadana en entornos muy dominados por debates tecnocientíficos, controversias ecológicas, temas de políticas de cuidado —en las que también hay un debate sobre el papel de la tecnología en la atención de la gente mayor— o, por ejemplo, del ámbito de los desastres —en el que ingenieros, científicos y técnicos son actores muy importantes a la hora de definir qué ha ocurrido en una situación de desastre o emergencia. A veces toda esta parte deja de lado el papel que tiene la ciudadanía de producir conocimiento, de dar sentido a lo que ha pasado. Y a mí me interesan estos procesos mediante los cuales la ciudadanía se involucra en estos debates.
¿Cuál es la experiencia de tu grupo de investigación?
CareNet es un grupo de investigación que une y articula a varios investigadores interesados en una cuestión general y compartida que tiene que ver con la importancia que tienen los cuidados en la sociedad. Y, de alguna forma, nuestro interés radica en una exploración teórica, metodológica y práctica de la centralidad del cuidado en nuestra sociedad. Nos interesa la forma en que creamos redes y mecanismos de apoyo y de ayuda mutua de cuidado, para con colectivos en situación de vulnerabilidad pero también de manera más general como sociedad. Es un grupo que reúne a especialistas de distintos ámbitos, los estudios de discapacidad (disability studies), la teoría feminista, la psicología social, la sociología... En sí mismo es un espacio de exploración multidisciplinaria sobre estas cuestiones, en el que básicamente nos preocupa el papel que la tecnología desempeña en la transformación del cuidado en nuestra sociedad. Queremos ver cómo el papel que tiene la tecnología a la hora de proveer de nuevos espacios o nuevas formas de cuidado transforma la vivencia de la autonomía, de la independencia, qué problemas están vinculados a la percepción de que la tecnología es una solución para las problemáticas que afrontamos socialmente en un contexto de necesidad de cuidado creciente, de envejecimiento de la población, de falta de recursos económicos, de pocas políticas públicas en esa dirección y qué problemáticas genera este contexto. También nos interesa la vertiente de la ciudadanía, que se autoorganiza y genera soluciones alternativas a las que de alguna forma están previstas en el plano público. Por ejemplo, Daniel López ha dirigido un proyecto sobre el primer mapa de vivienda colaborativo de personas mayores en el ámbito español, un fenómeno muy interesante, porque diferentes grupos se organizan para llevar a cabo un proyecto de envejecimiento comunitario alternativo al que normalmente se ofrece, ya sea ingresar en una residencia ya sea envejecer en casa con la familia. Nos interesa este empoderamiento de la ciudadanía a la hora de pensar y diseñar nuevas soluciones. De la misma forma, nos centramos en los colectivos de diversidad funcional, conscientes de que el catálogo de prestaciones que viene de la Administración pública no provee de las medidas que creen necesarias para su vida independiente o bien provee de unas medidas excesivamente estandarizadas, que no permiten suficiente personalización. Queremos saber cómo se autoorganizan y comparten conocimientos y también diseñan sus propias ayudas técnicas. De alguna manera, el interés también tiene que ver con entender a estas comunidades que toman el cuidado como un motor de innovación, de producción de conocimientos, de rediseño de políticas públicas, y como de alguna manera a partir de aquí podemos redefinir el cuidado. Finalmente, nos interesa la exploración del cuidado en ámbitos como las emergencias y los desastres, en los que también se pone en funcionamiento desde la sociedad una serie de redes de apoyo y de reacción.
¿Su actividad necesita de profesionales interdisciplinarios?
Es absolutamente indispensable para los conocimientos que necesitamos poner en juego, que son múltiples, porque de alguna forma nos interesa también una visión del cuidado integrada. De hecho, uno de los problemas que tiene el estudio del cuidado es que a menudo está segmentado en ámbitos muy distintos, el que pertenece a los ingenieros si hablamos de diseñar las tecnologías, el que pertenece a los profesionales de la salud si nos referimos a implantarlas, y lo que es la parte más social. Es un problema a la hora de estudiar porque es un fenómeno muy transversal y que necesita una aproximación integrada. Esta transversalidad de todos modos nos interesa porque metodológicamente nos permite abarcar mucho más ampliamente el fenómeno. Aunque nosotros damos importancia especialmente a una aproximación cualitativa, no es la única que queremos poner sobre la mesa y, además, creo que CareNet tiene un interés muy especial en tener distintos saberes que permitan que el conocimiento que producimos llegue a diferentes audiencias. En el grupo hay gente muy implicada en su práctica profesional en colectivos. Cuidamos mucho esta vertiente de vinculación social con las personas que tratan estas cuestiones. También buscamos formas de coinvestigación que nos permitan vincular con estos colectivos de forma más horizontal y contribuir colectivamente a la producción de investigación. Sobre las audiencias nos permite también, en el ámbito científico, hablar a las que son científicas, atendiendo a la pericia que moviliza el grupo.
¿Su investigación influye directamente en políticas públicas?
No siempre, porque realmente es todo un proceso convencer de que la capacidad de la investigación puede producir cambios a alto nivel. A veces sí ocurre que algunos de los proyectos tienen esta ambición directamente, por ejemplo, un proyecto que tenemos sobre desastres, niños y participación, en el que el objetivo es influir en las personas con capacidad para tomar decisiones políticas, a fin de crear un marco de protección civil más participativo. Allí existe toda una función clara de sensibilizar a estos actores e intentar de alguna forma trasladarles pruebas que proceden de la investigación que permiten implantar una política diferente. Se trata de un proyecto europeo que tiene esta vocación y, por lo tanto, en cierto modo está mucho más orientado en esta dirección. A menudo es difícil crear este contexto en el que las administraciones puedan escuchar fácilmente o rápidamente: es un trabajo muy largo y progresivo. Esta es una dimensión del cambio que nos interesa, pero hay otra que no necesariamente pasa por la parte institucional o pública, que tiene que ver con este trabajo más participativo con colectivos vinculados a estas cuestiones y que tiene más que ver con esta capacidad de innovación de la que dispone la propia ciudadanía y la propia sociedad, la capacidad de generar soluciones, innovaciones, conocimientos de valores. Desde esta vertiente también nos planteamos que la investigación es transformadora, pues mediante estos proyectos creamos estos espacios o nos sumamos a dinámicas que ya existen para contribuir a ellas.
¿En qué consiste el proyecto CUIDAR?
Tiene como principal objetivo recoger las necesidades, las percepciones y las ideas de niños y jóvenes que han vivido situaciones de desastre, o que viven en situación de riesgo, y trasladarlas a profesionales y personas con capacidad de decisión política, a fin de promover un marco de protección civil de reacción ante desastres que los incluya y que sea más permeable a este colectivo. Parte de un análisis previo a escala internacional elaborado en 2015 por las Naciones Unidas, en el marco de acuerdos internacionales, el cual marca en el ámbito mundial el camino que los gobiernos deben seguir en los próximos 15 años para reducir el riesgo de desastres, un análisis en el que se sitúa muy claramente la necesidad de avanzar hacia un marco de protección civil más participativo que incluya especialmente a aquellos colectivos que se considera que están en situación de especial vulnerabilidad o situación de desastre. Unos de los colectivos que se menciona explícitamente son los de niños y jóvenes en situación de desastre, que, por muchas razones, son unos de los más afectados. Generalmente, una de estas razones —y de alguna forma la investigación previa ya lo identificó— tiene mucho que ver con la dificultad que tiene este colectivo para trasladar su voz y sus necesidades. No los tenemos suficientemente en cuenta ni en las señales ni en los protocolos, ni en los planes de emergencia, los cuales no están pensados para niños y jóvenes. El proyecto tiene como voluntad invertir esta situación y crear un contexto que no solo tenga en cuenta los derechos de los niños y los jóvenes de participar en temas que les afectan, como los desastres, sino que también se centre en elevar los conocimientos que poseen, sus ideas y propuestas, a fin de enriquecer el marco actual de protección civil.
¿Cómo gestionáis los datos delicados de estos colectivos vulnerables?
Nuestro enfoque en torno a los colectivos en situación de vulnerabilidad tiene sobre todo que ver con reforzar y proteger sus derechos. De hecho, si están en situación de vulnerabilidad a menudo es porque tienen sus derechos vulnerados. La investigación está alineada en fomentar los derechos, no en restringirlos o afectarlos. La dimensión ética es una preocupación para reforzar estos derechos, pero es verdad que en determinados proyectos, con situaciones difíciles o problemáticas o temas especialmente controvertidos, nos hemos encontrado con ello. En el caso del CUIDAR, en el que justamente se juntan desastres, niños y un marco participativo, se produce una tormenta perfecta en temas de debate ético. Aquí hemos tenido que ser muy cuidadosos en buscar un encaje en el que se protegiera desde los derechos de los niños en sus imágenes hasta sus ideas, pensando en cómo podíamos crear un contexto que fuera protector de estos derechos, pero a la vez cómo podíamos crear un espacio de participación confortable que no permitiera traumatizar a las personas. Por ejemplo, hemos trabajado en Lorca con niños que vivieron el terremoto de 2011. Debes crear una situación en la que el recuerdo personal no sea el objeto de la investigación, en el sentido de que no desarrollas un trabajo sobre los problemas psicológicos o lo que haya podido pasar en el ámbito personal en torno a aquella cuestión, sino que buscas un conocimiento compartido que tienen unas experiencias que hay que poner a trabajar para intentar generar propuestas, soluciones, ideas, y debes proteger que aquella situación que creas no perjudique a aquellos niños que quizás quieren o no quieren explicar determinadas situaciones. Siempre tienes que velar por que esta sensibilidad esté presente.
¿Nuevos desastres impredecibles condicionan su investigación?
A veces sí y es importante que la condicionen, aunque, por ejemplo, en el caso de los estudios de las emergencias y los desastres, sobre todo lo que estudias es la forma como te preparas. Es decir, asumiendo que la sociedad vive dificultades y que ocurren cosas, gran parte del trabajo que podemos desarrollar socialmente es prepararnos para estas situaciones. Quien trabaja, por ejemplo, en la protección civil, puede intentar prepararse o bien mitigando las consecuencias de algo que haya podido ocurrir, reduciendo la posibilidad de destrucción de una determinada situación, o bien intentando tener la capacidad de responder rápidamente, lo que es igualmente un elemento imprescindible, como lo es la capacidad de recuperarse de una determinada situación. En el caso del proyecto de desastres, hemos trabajado en varios escenarios, en algunos de los cuales los desastres habían ocurrido y en otros existía la idea de riesgo, y justamente eso te da una información particular sobre distintos momentos que una sociedad vive en torno a esta cuestión. Y todas las informaciones son enriquecedoras como metodología de trabajo. Pienso que es interesante combinar diferentes aspectos de los desastres y tener en cuenta esta dimensión longitudinal de lo que significa un episodio así.
¿Ha analizado los protocolos que se siguen actualmente en caso de desastres?
Sí, no es el tema principal de estudio, pero sí nos interesa mucho la respuesta social que hay ante un desastre, porque involucra a determinados profesionales, como psicólogos o trabajadores sociales, los cuales también son algunos de los que intervienen en el momento inmediato. Nos fijamos en cómo organizamos eso y qué consecuencias tiene. De alguna manera, sí hemos aprendido con los años qué es bueno hacer y qué funciona mejor. Por ejemplo, se ha visto que es muy importante no reducir la acción de actuar muy solidariamente, muy rápidamente en el momento en que ocurre algo, cuando la atención mediática es más fuerte. No debemos olvidar que un proceso de recuperación es largo, complejo y difícil. Es importante dotar a la sociedad de mecanismos que permitan alargar esta tensión mucho más en el tiempo así como diversificarla. Porque muchas veces lo que se ha visto es que la reacción se dirige a quienes creemos más afectados. Y aquel a quien consideramos más afectado está determinado a menudo médicamente —quien se determina que está herido—, o bien, por ejemplo en el caso de inundaciones, las aseguradoras desempeñan un papel clave para decir cuáles son las personas afectadas y cuáles no lo son. Pero la idea de persona afectada, en la repercusión que tiene sobre una comunidad, es mucho más difícil de evaluar. Y se desarrolla poco trabajo en este tema, a pesar de que es clave en personas que pueden estar en situación de mayor vulnerabilidad. No atender a estas situaciones, no crear mecanismos para no solo identificarlas, no trabajar con estas personas, no crear espacios de apoyo mutuo, de participación, en la que su voz pueda ser tenida en cuenta, genera más vulnerabilidad para posibles situaciones posteriores.
¿La ciudadanía tiene posibilidad de valorar estas acciones de apoyo en caso de desastres?
Muy poco. Desde Protección Civil se incrementan vías de retorno con la ciudadanía que les permitan saber qué funciona y qué no. Por ejemplo, hemos visto toda una reacción muy distinta de los equipos de servicios en el atentado terrorista en Barcelona el pasado verano y como la ciudadanía hace llegar su punto de vista de si es una buena atención o no lo es. Falta aún conexión entre la ciudadanía y los servicios de respuesta, y se carece asimismo de esta idea de que la ciudadanía muchas veces autoorganizada también desempeña un papel importante para valorar. Cuando ocurren situaciones, llegan los profesionales y los sistemas de respuesta que están previstos, pero también existe la respuesta de quien está ahí, y de ahí también surgen aprendizajes interesantes, conocimientos y prácticas que podrían incorporarse. Se desempeña poco trabajo para valorar esta tarea y es uno de los retos de los servicios de Protección Civil, ya que estar mucho más abiertos y atentos a lo que se produce socialmente puede ayudarles a mejorar su trabajo.
¿Nos recomiendas un libro divulgativo de tu ámbito?
Os quería recomendar un clásico de Kai T. Erikson, A New Species of Trouble. Es un libro de mediados de los noventa, que constituye una nueva aproximación al campo de los desastres desde las ciencias sociales en dos sentidos. Pone en valor todo lo que las ciencias sociales pueden aportar a un terreno que normalmente se ha identificado con profesionales que vienen del ámbito de las ingenierías, como los sismólogos o los que trabajan en otras cuestiones más técnicas de un desastre, porque dicho desastre afecta a una comunidad, la desborda, en muchos casos la traumatiza, y, por lo tanto, las ciencias sociales tienen todo un trabajo por hacer. El libro es asimismo interesante porque, aparte de poner el interés en grandes terremotos, tsunamis o desastres de este estilo, en los que de alguna forma parece que la sociedad que los padece puede hacer poco, porque son circunstancias que superan geológicamente o lo que sea a la propia comunidad, al autor le interesan especialmente estos nuevos tipos de problema que tienen que ver con desastres muy relacionados con nuestra vida cotidiana, vinculada a la ciencia y la tecnología, desde el punto de vista del riesgo químico, los temas nucleares, los derrames tóxicos, y como estos tipos de desastres generan efectos en las comunidades que los padecen.