Hablemos de I+D

Rosa Borge: "La participación social en línea y la presencial son complementararias"

Investigadora del grupo de investigación eGobernanza: administración y democracia electrónica

¿Cuál es tu trayectoria académica y profesional?

Mi formación está muy relacionada con mi profesión. Siempre he intentado que tanto la investigación como el desarrollo profesional estén ligados a la formación continua. Empecé cursando el doctorado de Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad de Deusto, porque soy de Bilbao, y también soy licenciada en Ciencias Políticas y Sociología por la misma universidad. Una parte del doctorado lo realicé en la Universidad de Michigan, en el Institute for Social Research, donde aprendí mucho de metodología. En la Universidad de Deusto aprendí sobre modelos teóricos, con una visión más humanista de lo que es la sociología y la ciencia política. En cambio, en Michigan la formación fue más bien sobre técnicas cuantitativas y cualitativas.

Cuando volví, me presenté a una plaza en la Universidad Pompeu Fabra, donde estuve varios años, y luego pasé a otras universidades. Trabajé para la Universidad Estatal de Portland, la Universitat Internacional de Catalunya (UIC) y la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), fui profesora asociada en la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB) y, por último, acabé en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Llevo más de una década trabajando en la UOC y es donde di un giro en mi trayectoria de investigación y académica, porque antes de llegar estaba muy centrada en la participación política, tanto individual como social y de partidos. La tesis, por ejemplo, la realicé sobre la participación política en el País Vasco. En la UOC, en cambio, me centré más en temas de internet y me dediqué a la participación política en línea con varios proyectos de I+D+i.

Cuando empezaste, ¿aún no se analizaba la participación política en línea?

En ese momento no se hacía tanto uso de internet tanto como ahora. Por otra parte, estar en la UOC te invita a realizar este tipo de investigación, porque los recursos que tenemos y los compañeros son los más adecuados. Y realmente es un objeto de estudio muy interesante, porque la irrupción de internet o, por ejemplo, de las redes sociales ha cambiado totalmente el mundo de la participación política. La gente sale a la calle, participa presencialmente y vota todavía de forma tradicional, pero también existe mucha intervención política en las redes sociales y en plataformas de participación ciudadana.

¿La participación ciudadana presencial sigue siendo relevante?

Sí, de hecho la participación que existe ahora en línea está relacionada con la presencial. Hay mucha gente que practica las dos modalidades de participación: son históricos del activismo y de la protesta, o simplemente personas que siempre han votado presencialmente y que ahora piden poder hacerlo electrónicamente, porque resulta mucho más fácil votar desde casa; pero, en realidad, no podemos votar por urna electrónica o de forma digital, sino que vamos a votar presencialmente en las urnas y lo seguiremos haciendo. La participación presencial y en línea son complementarias. Toda la historia de los movimientos sociales, los cambios políticos de los siglos xix, xx y xxi, se ha hecho presencialmente. Las redes sociales y los medios digitales son un complemento de la otra participación.

Puede haber personas —sobre todo, esto lo hemos descubierto en varios estudios que hemos llevado a cabo— que son jóvenes, o que tal vez no lo son tanto, que son profesionales y que están muy ocupadas. Para estas personas las ventanas de internet son una posibilidad de participar, porque si no lo hicieran así, presencialmente no tendrían tiempo de hacerlo o no lo harían. Existe mucho debate sobre si la calidad de esta participación es lo bastante elevada y si se ha reflexionado suficientemente en ello, porque muchas veces es lo que se llama clictivismo: ahora voto de forma un poco superficial, porque con un clic puedo acceder a una participación electrónica, cuando de la otra forma me lo tengo que pensar, tengo que moverme y debo relacionarme con otras personas. La participación en línea tiene este hándicap, que estamos analizando y valorando. Cada persona es un mundo y debe ejercer sus derechos por distintos canales. No debemos poner vallas al campo y no podemos negarnos a dar la posibilidad a la ciudadanía a que se exprese de diferentes formas, y si una de estas formas es digital, debe tener el derecho y la posibilidad de hacerlo.

¿Se puede garantizar el rigor de una votación electoral totalmente electrónica?

Pueden existir problemas en las dos formas de votar, la presencial y la electrónica. Muchas veces los resultados electorales son cuestionados por formaciones políticas y la junta electoral tiene que tomar decisiones. Esto ha ocurrido en España y en muchos países con el voto clásico presencial. En las votaciones existen problemas y con el voto electrónico también, pero si se hace bien y de forma controlada, no debe existir ninguna dificultad. En el caso del recuento, se puede realizar de varias maneras para que sea adecuado y fiable. Se pueden poner urnas electrónicas en los sitios presenciales, o también se puede llevar a cabo desde casa con un sistema de encriptación, que es perfectamente válido y controlado por varios jueces, informáticos, etc. No soy experta en voto electrónico, pero creo que no deben existir problemas. Los expertos indican que hay países —no es el caso de España, que es muy reticente a ello— que sí están en esta línea, como algunos de Europa, como es el caso de los países bálticos —Lituania o Letonia, por ejemplo— o los países nórdicos. Hay ejemplos de ello y se podría hacer.

Los proyectos de investigación que dirijo son sobre plataformas participativas que también son digitales. Es un campo muy interesante para dar voz a la ciudadanía y consultarle políticas públicas. Existen varios filtros de control para evitar que no sean siempre las mismas personas —o sea, las mismas IP— las que respondan. Es un control que se realiza de distintas formas, que para el ciudadano se reducen a un procedimiento muy sencillo: proporcionas el DNI y el número del teléfono móvil, te envían un código y puedes acceder a la plataforma y votar y participar. El problema, pues, no es tecnológico: es de voluntad política. Puedes tener unas herramientas electrónicas en línea fantásticas, como las de los ayuntamientos del área metropolitana de Barcelona, que son las plataformas Decidim, o las plataformas Consult, que hay en Madrid y en otras ciudades españolas, como Palma, o las que se utilizan en el País Vasco. Todas son plataformas de software libre que invitan a la ciudadanía a participar y le dan la posibilidad de hacerlo. Son herramientas muy fáciles de usar, pero no todo el mundo participa, porque no todo el mundo tiene suficiente tiempo. Entrar en este tipo de conversaciones que se dan en línea también es pesado desde el punto de vista del tiempo disponible. También hay mucha reticencia a participar en ellas por parte de algunas personas, que lo ven difícil, pero después, cuando entran y lo hacen, ven que no lo es. Además, hay un recelo psicológico, quizás ligado a una brecha generacional. Y a eso hay que sumar el factor político, que es que estas plataformas son difíciles de manejar. Por ejemplo, nosotros hemos analizado el plan de acción municipal de Barcelona y hemos visto que participaron en él 20.000 personas con 11.000 propuestas. Para un ayuntamiento, aunque sea el de Barcelona, que cuenta con un gran presupuesto, gestionar este volumen de respuestas es muy complicado: las tienes que agregar, seleccionar y filtrar, y todo esto lo debes hacer de la forma más transparente y democrática posible. No es cuestión de rechazar unas iniciativas o aceptar otras según lo que interesa, sino que hay que agregar los intereses coincidentes, se tiene que hablar con los que han iniciado la propuesta y se les debe proporcionar un retorno o feedback. Todo esto necesita personas que lo lleven a cabo, técnicos del Ayuntamiento, informáticos y técnicos de participación. A veces no hay suficientes recursos humanos para hacerlo, por no hablar de la falta de voluntad política. Esta voluntad en algunos ayuntamientos parece que existe, pero en otros no. Es lo mismo que ocurre en algunas administraciones políticas o en algunos gobiernos autonómicos, en los que existe esta voluntad de implicar a la ciudadanía en la participación electrónica y presencial, y en cambio en otros esta voluntad no es tan clara. No creo que sea una cuestión técnica, sino más bien humana.

¿Barcelona y su área es un referente en participación en línea ciudadana?

Precisamente en el proyecto que desarrollamos dentro del grupo de investigación eGobernanza: administración y democracia electrónica (GADE), reconocido y consolidado por la Generalitat de Cataluña, trabajamos en esta línea. Nos presentamos a una convocatoria sobre calidad democrática justamente para analizar estas plataformas participativas, pero sobre todo para estudiar la parte de la deliberación en línea, porque el aspecto participativo ya se ha analizado y en investigación siempre es conveniente innovar o analizar distintas perspectivas, no solo para aportar nuevos conocimientos desde la perspectiva social, sino también para el propio investigador, porque a veces tienes que cambiar de temática cuando te has ocupado de una durante muchos años.

El aspecto de la deliberación es interesante, porque los debates o las conversaciones en línea se producen con mucha frecuencia. Los tenemos cada día por WhatsApp o en las redes sociales, y también se dan en el ámbito político. En primer lugar, analizamos si los temas locales también se abordan en las redes, sobre todo en Twitter, y en segundo lugar si estas conversaciones o debates están relacionados con las plataformas de los ayuntamientos donde se deliberan estos temas. En las plataformas del Ayuntamiento de Barcelona o de su área metropolitana el diseño técnico es una buena práctica de forma muy clara, porque tiene unas funciones que se pueden cambiar o no según cómo vayan funcionando. Esto permite realizar cambios de una forma muy sencilla, porque son de software libre y tienen una estructura muy fácil de manipular, que no es rígida y se adapta a lo largo del tiempo.

Uno de los comentarios que hemos hecho últimamente al Ayuntamiento en relación con las plataformas es que en las propuestas para el Plan de actuación municipal, el retorno o feedback no era lo bastante extenso y a veces se rechazaba una iniciativa de una persona que se había pasado días o meses desarrollándola y que había obtenido doscientos votos de apoyo. Rechazaban la propuesta porque el tema no encajaba con el programa electoral del Ayuntamiento o con sus objetivos como institución. Eran un tipo de respuestas muy breves y la falta de personal tenía que ver con ello. Ahora, en cambio, se da un retorno mucho más amplio y documentado, con mucha más información. Existe una buena disposición al cambio y a la mejora, y si esto se combina con una plataforma técnica adecuada, este modelo de participación se convierte en una buena práctica. Ahora este modelo se está copiando en otras ciudades europeas y en otros gobiernos regionales de Francia o de Finlandia. Empezó en 2016, la plataforma ya ha cambiado, ha sido mejorada y ahora su uso se va extendiendo, no solo por el área metropolitana de Barcelona, sino por toda Cataluña y también por otras ciudades del País Vasco o de Galicia. Es una buena práctica.

¿Es complejo explicar a los ciudadanos que participar no implica que se determine una decisión de la Administración?

Hablamos de un sistema que es participativo y deliberativo, pero que se acompaña con el sistema representativo. Los que toman las decisiones en los ayuntamientos son los equipos de gobierno, que han ganado las elecciones y tienen la capacidad de abrir un determinado tema a la ciudadanía para que la gente presente propuestas y aceptarlas. Y también se puede optar por la participación, pero de modo que las decisiones finales las tome siempre la Administración. Las dos formas de funcionar no me parecen mal y pienso que deben combinarse. Si como gobierno lo que se quiere es que la gente participe en una cuestión para legitimar las decisiones que se toman, esto es un error, pero si se combina el hecho de escuchar varias voces de la ciudadanía, que muchas veces proporcionan propuestas de gobierno, con la toma de decisiones, esto es positivo. La ciudadanía es muy inteligente: realiza propuestas porque tiene intereses en ciertos temas que afectan a su vida, su economía y su futuro, y por eso participa.

En el caso de las plataformas que analizamos en algunos ayuntamientos, comprobamos que la gente participa mucho en temas relacionados con el turismo, con el precio de los alquileres de las viviendas en Barcelona, y también con aspectos más cívicos, o con obras como, por ejemplo, la cobertura de la ronda de Dalt. Son temas que afectan a la vida cotidiana de las personas y, por lo tanto, ellas son expertas en estos temas y muchas veces dan ideas al ayuntamiento, pueden facilitar propuestas a los gobiernos de cómo actuar en estos. Ahora bien, si participas pero luego el gobierno no acepta lo que has propuesto, esto te puede causar frustración. Muchas veces lo que hay que hacer es explicar muy bien por qué una propuesta no ha sido aceptada por el gobierno o por el ayuntamiento. Si abres un proceso participativo, algunas de estas propuestas las deberás aceptar, porque, si no, no es un proceso participativo real, simplemente es un lavado de cara de la correspondiente Administración pública. Pero, a la vez, no se pueden aceptar diez mil propuestas, eso es de sentido común: se entiende que muchas de estas propuestas se deben agregar y filtrar. La sociedad tiene sentido común y, si esto se explica bien, lo puede aceptar.

Luego están, por ejemplo, los presupuestos participativos. En este caso, la ciudadanía decide totalmente una parte del presupuesto y se agregan las propuestas, y el resto del presupuesto lo decide el ayuntamiento. Aquí la participación tiene mayor peso, porque estas propuestas son vinculantes, si bien solo afectan a una parte del presupuesto total. Aquí, pues, hay que combinar estos dos canales: una parte de la decisión depende de la ciudadanía, sabiendo que siempre se agregarán las propuestas y que estas deberán formularse teniendo en cuenta que sean realizables desde el punto de vista económico, porque no se pueden aplicar las que impliquen un presupuesto que quede fuera del alcance del ayuntamiento, y la otra parte depende de la Administración. Además, tenemos los otros canales consultivos, que no son vinculantes, pero que ayudan también en la toma de decisiones públicas.

¿La participación ciudadana se podría aplicar a administraciones más grandes que los ayuntamientos?

Este tipo de iniciativas ya se llevan a cabo en otros países más pequeños que España. Se han realizado en Islandia, en Finlandia, en países nórdicos con una tradición participativa de muchas décadas, con una cultura democrática quizás más establecida que en España. Pero tal vez se podrían aplicar en el ámbito de Cataluña, que es más pequeña, o del País Vasco o de la Comunidad de Madrid, puesto que son entornos con un número de población más alcanzable que un país entero o la Unión Europea en su conjunto.

¿Ya no se puede dar marcha atrás en la participación ciudadana?

Si se han abierto presupuestos participativos, aunque cambie el color del gobierno del ayuntamiento, se sigue la misma dinámica. Si algo ha empezado hace treinta años, lo sigues haciendo hoy en día. Es la evolución que hemos visto en los distintos ayuntamientos. Y no se trata solo de una dinámica de ámbito municipal. La participación tiene una carga de legitimidad y una implicación en lo que es la calidad democrática de un sistema político que, una vez ha sido abierta, es muy difícil cerrar. Tiene unas connotaciones de legitimidad bastante importantes. Podríamos decir que incluso los partidos de extrema derecha muchas veces usan la cuestión de la participación para defender sus posiciones. Es una iniciativa con la que todo el mundo está de acuerdo. El problema es cómo se lleva a cabo. Puedes mantener estos presupuestos pero reducir la cantidad sobre la que decide la ciudadanía, o puedes continuar organizando estas plataformas deliberativas, pero hay algunas determinadas funciones, por ejemplo, las de debate, que ya no existen. Lo estamos analizando en diferentes ayuntamientos. Hay un abanico muy amplio de opciones como ayuntamiento, como agente político, pero luego las funciones se reducen si no existen suficientes medios. También hay que tener presente que en algunos ayuntamientos no interesa que se dé un boom de participación, porque se controlan de otro modo que es más presencial y no tanto en línea. En términos generales, la participación se sigue aplicando, en mayor o menor grado, pero dentro de una lógica muy clara, porque no es solo una cuestión de la ciudadanía, sino también de las organizaciones, los movimientos sociales, las asociaciones que ya existen en el mundo social y en los municipios, que no se quedarán en casa si no se les da la voz como antes.

¿En qué consiste vuestro proyecto actual de deliberación ciudadana financiado por la Generalitat? ¿Qué otros proyectos destacarías?

Es un proyecto que tiene una duración de solo un año, porque no contamos con mucho presupuesto, pero pese a ello intentaremos continuarlo, porque ha tenido bastante buena acogida en las administraciones públicas catalanas. Creo que hay posibilidades interesantes en este tipo de investigación. Otro proyecto que he realizado relevante por su impacto científico y social ha sido diseñar e implantar la encuesta social europea, en la etapa en la que estuve en la Universidad Pompeu Fabra; con este proyecto conseguimos una buena subvención y ha seguido realizándose. Otro proyecto que considero muy interesante porque fue pionero y que desarrollé con investigadores y profesores de la Universitat Autònoma de Barcelona consistió en la primera encuesta sobre usos de internet y actitudes para la participación política en España; nunca se había realizado un estudio como este y era el año 2007. Y otro proyecto innovador y pionero en el mundo empresarial, en el que participé como directora de proyecto en una empresa, consistió en medir con sensores el rendimiento deportivo, un ámbito totalmente diferente, pero también muy interesante y relacionado con las nuevas tecnologías. Quizás podrían destacarse también estos tres proyectos porque avanzamos un poco más en el camino realizado hasta la fecha en estos ámbitos.

El proyecto de deliberación ciudadana por el que me preguntas, DEMOC, tiene un buen futuro, porque existe mucho interés en esta cuestión. Nos han invitado a hacer la exposición de los resultados en congresos importantes, como, por ejemplo, el Joint Sessions of Workshops del European Consortium for Political Research, el más importante de ciencia política de Europa, y hay posibilidades de colaborar con el Oxford Internet Institute. Tenemos varias opciones de futuro en el terreno científico, pero también las tenemos desde el punto de vista de la utilidad social, porque es un tema que interesa a las administraciones públicas. La participación está de moda, pero desde hace cuarenta años y, sobre todo, en Cataluña, se ha desarrollado mucho lo que son las herramientas para la participación presencial y, ahora, en línea. Si realmente las redes sociales e internet crean una esfera pública de debate de conversación igual o mejor que la presencial, o al menos diferente, o que aporta nuevas dimensiones a lo que es la conversación, es un hecho muy interesante. Porque existen estudios en los que se observa que cuando una persona debate a menudo con sus amigos o con desconocidos en las redes sociales, luego tal vez ya no lo hace tanto de forma presencial: ya ha expresado su posicionamiento, ha debatido con otras personas, ha rebatido sus argumentos y puede que no desee pelearse con ellas presencialmente. Ha hecho su volcado en línea. En cambio, existen otros estudios que demuestran que si participas presencialmente, seguro que lo harás también en línea. Es un canal más de tu activismo político. Siguiendo los modelos de democracia, muchos autores consideran que participar sin reflexionar, sin debatir, sin ver otros puntos de vista es pobre, porque puede llevar a decisiones colectivas incorrectas. Así pues, debatir en línea y cara a cara puede ser muy importante. Existen modelos teóricos ya desarrollados desde hace muchos años, por ejemplo, el de Jürgen Habermas. Es lo que queremos comprobar, viendo que el camino digital es un nuevo camino, muy importante, pero con repercusiones presenciales, que a veces no son muy claras. Podrían ser repercusiones contraproducentes, pero a veces podrían ser positivas, y es lo que queremos conseguir saber.

¿La participación digital puede saturar a los participantes?

Es una cuestión individual de cada uno. Debemos ver el mundo digital como una herramienta, no como un enganche. Es mejor usar pocos canales, salvo que no tengas una actitud de votar en un puñado de iniciativas, que pienso que puede ser una actitud un poco absurda. La participación debe centrarse en los temas que realmente interesan al participante. Es llevar la filosofía de siempre de la participación presencial al mundo en línea. La esfera digital es más eficaz porque es más rápida y porque hay varios canales para ejercer la opinión, aunque es necesario filtrar la información de forma individual. Ahora las administraciones públicas tienen la responsabilidad de ofrecer estos canales de una forma inteligible, amigable, y no saturar a la ciudadanía. En el análisis que hacemos en las plataformas Decidim, a veces tenemos este debate de no abrir tantos canales, porque los ciudadanos se pueden perder en ellos. Las administraciones también tienen que ayudarnos en este sentido. En nuestra vida cotidiana, hay poca gente que solo quiera tener presencia en una sola red social o canal: Twitter, Facebook, Instagram, WhatsApp, etc. Es la misma actitud. Quizás es mejor centrarse solo en un canal y hacerlo con calidad. Lo importante son los temas que te interesan como ciudadano o como movimiento social y centrarse en ellos, si es necesario utilizando diferentes canales, pero lo que no hay que hacer es abrir muchos canales y no centrarse en ningún tema.

¿Cómo podemos explicar a la sociedad que la investigación necesita las ciencias sociales?

Las ciencias sociales son tan importantes como las de la salud, las naturales o las llamadas puras (física, química, etc.). Para poneros un ejemplo de ello, si no hubiera existido la investigación científica en el campo de las ciencias sociales, actualmente no tendríamos la idea de que tiene que haber igualdad entre hombres y mujeres, porque la investigación científica del siglo xix se refería a las mujeres desde una perspectiva casi exclusivamente médica, y se limitaba a comentar las posibles enfermedades, como la histeria, que las afectaban especialmente. Las ciencias sociales son las que muchas veces llevan el pensamiento crítico en la sociedad y las que descubren de forma científica y empírica que, por ejemplo, no existen diferencias entre hombres y mujeres respecto a las capacidades que tienen en ámbitos como el laboral o el personal. Por ejemplo, en todas estas protestas feministas que han tenido lugar últimamente han desempeñado un papel muy importante las ciencias sociales, que muchas veces han denunciado o han descubierto la falsedad de otros estudios a priori científicos realizados desde el campo de las ciencias puras. Y también hay que tener presente que tenemos una dimensión humanista que nos permite desarrollar un pensamiento crítico que quizás a estas otras ciencias no les es posible. Son formas de ver la realidad social complementarias. Si solo existieran la física o las matemáticas, el mundo social se vería de una manera totalmente diferente. Las ciencias sociales son muy necesarias para el funcionamiento de la sociedad.

¿Recomendarías algún libro divulgativo de tu ámbito?

Quisiera recomendar tres libros. El primero, retomando el hilo de lo que he estado comentando antes, es Invitation to Sociology: A Humanistic Perspective, uno de los primeros libros que leí cuando estudiaba la carrera, de un autor muy reconocido, Peter Berger, del año 1963. Comenta que en las ciencias sociales debemos usar la metodología científica propia de las ciencias naturales, la más empírica, la que se basa en datos y análisis estadísticos con técnicas cuantitativas, pero sin perder nunca la dimensión humanista. Esto son las raíces de la sociología, de la ciencia política, en la historia y en la filosofía, porque es lo que nos da herramientas para poder analizar lo que es la maquinaria social, las instituciones sociales y políticas. Esta dimensión humana, la conciencia del pensamiento crítico de estas ciencias sociales, me gusta mucho. Es una especie de manifiesto, un libro que creo que todos deberíamos leer, sobre todo cuando empezamos a estudiar la carrera de ciencias sociales.

El segundo libro que recomendaría es Las bases de Big Data, de Rafael Caballero y Enrique Martín, del 2015. Como provengo de las ciencias sociales y en la actualidad trabajo en análisis de redes (network analysis) y con macrodatos (big data), porque analizo las redes sociales y los datos de participación de las plataformas, con miles de usuarios y de tuits, que son macrodatos, para mí es un libro muy interesante. No es para expertos y facilita un mapa de lo que es la evolución del almacenamiento de datos, desde los primeros ordenadores y la primera época de internet hasta la actualidad. Analiza cómo evoluciona la forma de almacenar los datos, que antes era relacional y ahora es no relacional. Esta diferencia de conceptos es muy importante para los que provenimos de las ciencias sociales y nos ayuda a situarnos en esta evolución y a entender las virtudes y los inconvenientes que tiene el análisis de macrodatos o big data. No siempre tenemos que hacer un análisis de macrodatos, aunque estemos en la época digital. Hay momentos en las investigaciones en los que no es necesario hacerlo, pero en otros momentos sí lo es, y el libro te ilustra en este camino. También trata de las grandes empresas que usan los macrodatos y de las técnicas que hay que utilizar para analizar este tipo de datos. Sobre todo, se remarca la idea de que no es una cuestión simplemente de reunir y acumular toda la información posible, sino tener claro qué se hará con ella, qué buscamos, como por ejemplo establecer patrones, comprobar teorías, realizar un trabajo más inductivo, más deductivo. El investigador debe tener un objetivo claro cuando se acerca a este tipo de datos, porque lo importante es encontrar algún tipo de explicación, algún tipo de patrón, no simplemente almacenar por el hecho de que necesitamos recoger todo lo que se produce en línea actualmente. Hay que ser selectivo en este sentido.

El último libro del que desearía hablar es The Slow Professor: Challenging the Culture of Speed in the Academy, que recomiendo a las personas que llevan ya cierto tiempo en el mundo académico y a los que dirigen las universidades. Lo han escrito dos catedráticas de una universidad muy importante de Canadá: Maggie Berg y Barbara Seeber. En la cubierta se ve un caracol y la obra habla de un movimiento similar a la ecogastronomía (slow food) o la economía lenta (slow economy) trasladado al mundo de la academia. En el mundo académico, las expectativas de la institución hacia el profesor y el investigador son muy altas, y las que te pones tú mismo como investigador son excesivamente elevadas y tienen unas repercusiones que son importantes en la calidad del trabajo. Estamos insertados en unas universidades que poseen una estructura de corporación y que son grandes empresas, y eso es lo que apuntan las autoras. No es que denuncien la academia, porque a los que estamos dentro de ella nos gusta: tenemos vocación de investigar, de desarrollar el conocimiento y de compartirlo con otros compañeros y con los estudiantes, y eso es lo que nos motiva a trabajar. Pero estamos dentro de unas organizaciones que son corporaciones y que tienen unos objetivos, y nosotros somos pequeños seres humanos que tenemos una carga de trabajo y unas expectativas repartidas en muchos ámbitos diferentes, que a veces no podemos encajar en nuestras vidas o no podemos desarrollar de una forma adecuada. Este libro es muy interesante en este sentido, porque describe esta situación en la que se encuentra el profesorado y también abre una serie de ventanas para la esperanza.